Cada nueva jornada de nuestra asociación la afrontamos con una ilusión renovada, primero por la posibilidad de seguir disfrutando de unos momentos con los amigos, y segundo por la posibilidad de disfrutar de un nuevo cocido.
Los días que visitamos un restaurante no sondeado anteriormente este segundo motivo se acentúa sobremanera. Por eso, cuando la nueva experiencia nos defrauda perdemos un poco de fuerza.
Normalmente es el cocido lo que tenemos que valorar en esta crítica, pero no es este el caso, y explicaremos por qué.
Como en otra jornada cualquiera, seleccionamos un nuevo objetivo y reservamos mesa y cocido para un día determinado, normalmente los sábados.
Esto mismo hicimos para Bodegas Rosell (General Lacy, 14), un lugar del que nos habían llegado referencias.
Con una semana de antelación reservé mesa para siete personas y cocido para todos. Conformada la reserva, y a la espera de la llegada del día D, no volvimos sobre el tema cuando, el viernes anterior, uno de los integrantes de la expedición me confirmó que no podría asistir. Acto seguido volví a llamar al restaurante para avisar de que seríamos seis en vez de siete y volvimos a confirmar que sería cocido para todos. Hasta ahí, nada anormal.
Como siempre hacemos, quedamos algo antes en el restaurante para tomar una caña previa de reencuentro y poder dar tiempo al restaurante a ultimar los detalles del cocido. Durante ese tiempo hablamos con el camarero para avisar de que habíamos llegado y éste nos dijo que le avisáramos unos quince minutos antes de sentarnos a la mesa para que fueran preparando el cocido. Y así lo hicimos también.
Ya sentados a la mesa, elegimos el vino y cuando el camarero volvió de la cocina vimos que la cara que traía no era normal. Nos dijo que, aunque la reserva era clara y concisa en cuanto al número de comensales y lo que tomaría cada uno, en la cocina no había cocido. Hay que decir también que éramos los únicos que habíamos encargado cocido y que este lugar no es especialista.
En un principio pensamos que era una broma porque, después de tanto insistir, en tres ocasiones, no era creíble que se hubiera cometido un fallo así. Pero así fue.
El camarero se fue para volver a confirmar y para avisar al encargado y cuando volvió reconfirmó el hecho y el encargado no se dignó a dar la cara.
No tuvimos más remedio que levantarnos y marcharnos.
Rápidamente tiramos de agenda y reservamos en la Taberna de la Daniela que está en la calle de Jesús, casi a las 16:00.
Taberna de la Daniela (Medinaceli)
Es una pena que no se ponga cuidado en los detalles porque estoy seguro que no se hizo adrede pero con esta experiencia se nos han quitado las ganas de probar el cocido madrileño de Bodegas Rosell.
No cejaremos en nuestro empeño de seguir buscando ese gran cocido madrileño. Ténganlo por seguro.
Dicho esto, lo que podemos decir que probamos de Bodegas Rosell fueron unos canapés de bacalao de de entrante. Algo sosos.
Pero las guindillas estaban realmente buenas, era pequeñas, no picaban apenas y sobre todo eran bastante finas. ¿Preludio de un buen cocido?…. No lo sabremos.
La experiencia que relatas no me sorprende. En ese local esas cosas son habituales.
Se ha convertido en un sitio para guiris en el peor sentido del término.
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